“Una cerveza independiente”

Me tomo una cerveza mientras la esperamos, cuando aparece con paso rápido, presumo que por estar acostumbrada a una vida agitada a pesar de ser domingo. Su combinación es casual, elección de última hora y desaliñada: un pantalón negro, un jersey gris tejido, cartera vieja y beige grande, sin maquillaje y pelos abandonados. “¿En que parte de España vives?”, pregunta con prisas. Sonrío y respondo: “Barcelona”. Frunce el ceño y gira la cabeza a modo de negación. “Con todo el tema de la independencia, bueno no se, a mi es que los catalanes me dan repelús”. Trago grueso y alcanzo a decir: “Independiente o no, a mi me va muy bien allí”. Su intolerancia no necesita de mi contribución. Recuerdo que hay gente con la que mejor no discutir. “Yo no voy mucho por Cataluña, pero tengo una amiga que fue y me dice que la trataron súper mal”. Me inclino hacia ella. “Yo llevo 5 años allí y todo lo contrario”.

“¿Pedimos?” Ordenamos agua y cerveza. La cerveza para mí. Casada, tiene dos hijos, uno de 10 y otro de 15 y acaban de mudarse a México por trabajo. Dice que le gusta México pero su marido no para de recordarle que hable flojo cuando enumera lo “malo” de los mexicanos. Pienso nuevamente en mi pregunta del año: “¿será posible ser consecuente?”. Pido una entrada de platos típicos mexicanos. Ella opta por un plato estilo mediterráneo y para el niño no sabe que pedir porque todo es picante –suspira resignada–.

Manos cruzadas sobre la mesa y no para de frotárselas. No cree que la independencia de Cataluña es buena porque piensa que las separaciones y los nacionalismos hoy en día no sirven de nada. La entiendo. Me explica todas sus razones por las que los catalanes están equivocados y como piensa que lo que están haciendo es sembrar odio. Paradójicamente su tono es de rabia. “¿Te piensas quedar en Cataluña?”. Respondo que si. Me mira: “Bueno”. Suspira.

Llegó la semana pasada y lleva todo el fin de semana de mudanza y no ha tenido tiempo para relajarse. Quizás eso explique todo lo anterior. Me dijo que nunca fuera a una tienda que se llama “Home”, donde estaba comprando cosas para la nueva casa y sin querer rompió un gato de cerámica horroroso y le hicieron pagar el gato –vaya sorpresa–, no sin antes ser perseguida por un vigilante por toda la tienda para asegurar que no se fuera sin pagar. Está indignada. Dentro de poco puede optar por la nacionalidad mexicana pero no sabe si lo hará porque si la llegan a confundir con una narco del sur prefiere tener nacionalidad española y que la embajada de España la proteja. Pido otra cerveza, suave pero necesaria. Finalmente admite: “Mi marido ha ido varias veces a Cataluña y ha tenido buena suerte”. Sonrío y pienso –mejor no hacerlo en voz alta– «quizás no tiene nada que ver con suerte sino con predisposición».

Me encantaría que derrumbara el muro desde el cual dispara contra los demás y se esconde evitando su parte de responsabilidad. Tiene miedo. Me gustaría que se anime a ir a la peluquería y que renuncie a esos juicios infundados que compiten con su gran capacidad para narrar, enumerar y etiquetar vivencias. No lo hace a malas, necesita una cerveza y escuchar más.

Sasha

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