Ayer se cumplió un año y un mes. El tiempo corre y yo me aferro a una resaca de recuerdos que se van quedando atrapados en eso que llaman historia. Ayer no me acordé que era 25, no le dije nada a mi mamá. Si te soy sincera, muchos meses no he recordado el 25 -incluso recién mi padre murió. Cuando me recuerdo de la fecha, esta ha venido a última hora, tocando la puerta en tono de reclamo, ya sea por un mensaje de mi mamá o un amigo de mi padre o simplemente por un desbarajuste que enciende la alarma. No me culpo, las fechas nunca han sido lo mío y la ausencia no se mide con números.
La vida vuelve a la normalidad y una parte de mi no quiere que así sea. Será porque eso indica que me estoy acostumbrando a estar sin él, que incluso hay espacios de tiempo en los él ya no ocupa mi mente. Y si eso está bien, y si eso quiere decir que estoy sanando, ¿por qué no quiero olvidar? ¿Por qué no quiero que pase el tiempo? Quizás porque a veces es difícil aceptar que la vida sigue su curso, que como decía mi papá, la vida no se detiene y no espera a nadie y que somos una mota de polvo que brilla por unos segundos y pasa al cementerio de los recuerdos olvidados.