Él es un chico sencillo. Tiene las manos grandes, rústicas y unos abrazos que arropan.
Su misión en la vida: escalar. No le importa dónde, ni cómo, ni la dificultad. Sí le importa con quién.
Es un ser sociable y de esa especie rara que realmente escucha.
Su principal fortaleza es la calma. Su misión imposible, el orden.
Es más maduro de lo que parece y sabe más de lo que dice. Su objetivo constante, evitar confrontaciones.
Él es de los que elige hacer toda la vía de primero, dormir en el sitio más incómodo, conducir todas las horas que haga falta y de los que se esconde cuando algo le duele.
Lleva el mismo tiempo escalando que caminando. Viene de una familia de escaladores. Estar y quedarse en casa es su mayor desafío.
Si lo conoces, te recibirá con una gran sonrisa.
Ella es de esa especie soñadora que de pequeña quería ser astronauta, una gran científica o quizás recibir el premio nobel de literatura.
Nadie sabe cómo llegó a escalar. Su asignatura más odiada fue Educación Física. Antecedentes familiares, ninguno. La ciencia fue su fuerte y por diez años estudió piano. Un caso extraño.
Su mayor virtud, la disciplina. Su mayor utopía, dejarlo todo y viajar por el mundo. Es cabezona y su gran desafío, el desorden.
Nunca fue fan de las muñecas y prefería jugar con legos. No es un ser muy sociable y por lo general prefiere estar sola.
A los 24 años logró ser “alguien” en la vida y se graduó de Ingeniería Geofísica. 2 años después se dedicaba a la Educación.
Lo que más le incomoda que le pregunten: ¿No volverás a trabajar de lo “tuyo”? ¿Cuándo vas a tener hijos?. En su cabeza la pregunta suena algo así: ¿Cuándo vas a ser normal?.
Ambos se conocieron escalando. Su misión juntos: escalar y quizás algo más. La mezcla de ambos afortunadamente no es explosiva.
Son de una especie relajada, sin dramas y con un objetivo máximo común: tranquilidad.