Incienso que arde… quema

Era una de esas soleadas y airosas mañanas de Montserrat, donde las vistas se perciben en HD, hace más fresco que de costumbre para ser verano y a las 7 de la mañana los sonidos de los coches se hacen más constantes, cuando Sasha y Adri abren los ojos y se desperezaron en su piso —cuarta y última planta de bloques con vistas a las montañas —de la comarca catalana del Bages. Vieron, a través de la ventana de la habitación, el panorama tan familiar que hacía un mes que no apreciaban. Fueron testigos de las paredes aparecer con alegría, y sintieron esa sensación revitalizante de 8 horas de sueño en el nido de su cama, tras un día de largo viaje.

     Era Jueves, volvían de las vacaciones y esa mañana se dedicaron descargar el arsenal de trastos de un mes de viaje en furgoneta, lavar ropa y recolocar la casa para sentirse otra vez dentro de la rutina y confort del día a día. Estaban contentos y tranquilos de que la casa los recibió con todo en orden y ninguna incidencia.

            —Que bien volver a casa y que esté todo en orden ¿no?— dijo Sasha mientras se tomaba el té.

            —¡Uf si! ¿Te acuerdas lo de la nevera?

            —¡Calla calla!

     Hacía tres años, al irse de vacaciones, Sasha bajó los plomos de la casa, incluyendo el de la nevera —naturalmente no lo pensó. Al volver un mes más tarde, la casa los recibió con ese característico olor dulce a rata muerta. Afortunadamente esta vez, todo parecía ir bien.

     Prepararon el desayuno y mientas comían llamaron a los padres de Adri. Cada vez que volvían de un largo viaje, quedaban con ellos para el ritual de la comida y contar los sucesos, historias y anécdotas de las afortunadas vacaciones. Los padres de Adri también eran escaladores y no se aburrían de sus repetitivas vacaciones de paredes, agarres, grados y pasos de escalada.

      La casa estaba a unos 30km, en Molins de Rei, y ellos ya estaban acostumbrados a esa carretera. Fueron pronto, a las 12:30pm porque pasarían a buscar a Eva al trabajo, la hermana de Adri —un personaje que merece un cuento en sí mismo. Comieron sushi, una de sus comidas favoritas. Estaban contentos. Como cada tarde que se reunían, se saludaron, contaros los quehaceres del verano, los sitios visitados, los grados alcanzados, las paredes escaladas, los miedos superados y aquellos que no, y la gente conocida.

     Llegó la hora de volver, pero antes pasaron por el supermercado a comprar alguna cosa para casa, dado que la nevera tenía hambre. A eso de las 7pm, estaban ya camino a casa, cruzando el puente en dirección a los bloques y con vistas al piso, cuando Sasha —que iba conduciendo— mira hacia arriba y ve que la terraza esta ardiendo en fuego. Un cúmulo de gente está mirando hacía arriba y comentando el espectáculo.

         —¡Adri se está quemando!— grita Sasha mientras acelera el coche. En efecto, se quemaba la terraza de la casa.

     Un coche delante que va lento —era el vecino de abajo— no se percata que somos nosotros, los del piso quemándose y Sasha le hace cambio de luces y lo adelanta. En el ínterin —2 minutos— a Sasha le da tiempo pensar que tenía ropa colgada en la terraza, que se quemaría todo y que sería muy inoportuno tener que gastar dinero ahora en comprar ropa nueva.

      Sasha sigue conduciendo y Adri le dice que frene, que se bajaba ya, aunque aún no habíamos llegado al portal, pero la urgencia no entiende de tiempos y dentro del coche todo parecía ir muy lento. Al frenar, Adri se baja y Sasha deja el coche —puerta abierta y ventanas abajo— en el medio del descampado donde siempre aparca. Su subconsciente venezolano saltó y dudó en dejarlo así, pero recordó que vive en España y no se lo robarían así como así. Se dispone a subir al piso y llama al teléfono de emergencia pero ya la alarma estaba activada.

      Mientras tanto la gente estaba expectante, fuera del bloque, sin quitar la mirada de la terraza, unos con las manos en la boca, otros en la cabeza y algunos en pares o tríos comentando en voz baja y señalando al piso, como si fuera un secreto que se estaba quemando algo y hablar fuerte haría que ardiera más. Otros miraban a Sasha con cara de preocupación y otros con caras de juicio: «¿Qué habrán hecho mal para se encendiera el piso?».

     Sasha subió y a ella se le unieron dos vecinos suyos. Abrió la puerta y todo estaba lleno de humo. Pero para suerte de ellos, Adri ya había apagado el fuego con una manta —que ahora Sasha quiere reponer— que estaba en el sofá del salón. El fuego no alcanzó grandes proporciones y se contuvo en la terraza. Los daños fueron dos tiestos de plástico y sus bases de madera, parte de una moqueta de césped de plástico y un susto bombeado directo al corazón —no era la primera vez que Sasha vivía de cerca una experiencia con fuego, cuando era pequeña la planta de arriba de su casa se quemó toda. En aquel suceso si tuvo que comprar ropa nueva.

     Después de terminar de apagar el calor con agua bien fría —no vaya a ser que algún fantasma resucite— llegó la policía, ambulancia y bomberos. A Sasha le gusta pasar desapercibida, pero es muy tarde, ya todos los conocen en el barrio: “los de la terraza incendiada”.

     Causas del suceso: Una serie de eventos desafortunados. Por la mañana Adri encendió una resina de incienso —traída de la India, que pasó de olor meditación a chamuscado tostado— y la puso sobre la tierra de una de las macetas. Todas las plantas y la tierra estaban secas por el mes entero sin recibir una gota de agua, salvo la esporádica tormenta de verano. Apagaron el incienso y se fueron a comer con la familia. El terco incienso quería seguir desprendiendo su olor, y se ayudó del magnifico viento del día para renacer de las tinieblas. Una vez reencarnado, el aire copioso lo ayudó a expandir sus cenizas calientes por las ramas secas haciendo alquimia en forma de fuego. Suerte de haber llegado a tiempo y no haberse encontrado con la puerta abajo, bomberos dentro y piso lleno de agua.

El que usó mal el incienso debe atenerse a quemar la ……. Casa. Procuren quemar solo el incienso. El resto, no es necesario.

Fin.

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