Así somos, así de folklóricos

Un 10 de octubre voy caminando por el centro de Caracas —con prisa porque en Venezuela no hay otra manera de caminar. Hace un pacheco* característico y saco la mano para parar una camionetica* en la esquina. Las paradas de autobuses son meramente simbólicas.

    La camionetica va llena pero siempre hay un huequito. Subo al ritmo de la salsa erótica a todo volumen y fijándome en el salpicadero forrado de terciopelo azul con estampitas de Jose Gregorio Henández. Voy agarrada de la barandilla cuando de repente cambian la música y suena la característica gaita: «Cuando voy a Maracaibo, y empiezo a pasar el puente, siento una emoción tan grande que se me nubla la mente…». No hemos ido a Maracaibo, pero da igual, escuchamos eso y nos entra una nostalgia, una alegría, una cosa, un no sé qué.

     Sonrío. Ya es navidad. La época del año más importante para nosotros. ¿Pero no era 10 de octubre? Sí, así son nuestras navidades, con una introducción, un desarrollo y desenlace. Tres meses más o menos.

     Suena el teléfono y es mi tía. «Hija, ¿qué haces este sábado al mediodía? Hicimos unas hallaquitas y nos vamos a reunir aquí en casa de la abuela con tus tíos y primos». Un rato después, suena otra vez el teléfono y es mi mejor amiga. «Sasha! ¿Chama que más? ¿Cuándo te vas pa´ Puerto la Cruz? Mis papás vienen y traen unas hallacas que hicieron…Nos podemos reunir para tomarnos una cervecita antes que te vayas… Tu sabes, hay que celebrar la navidad».

     Así comienzan las fiestas. Probando las hallacas, pan de jamón, ensalada de gallina, ponche crema, etc., de la tía, el primo, los papás de la amiga, la abuela, el vecino y la señora que limpia la casa. Y más vale que te guste porque es lo único que comerás durante todas las navidades.

     Las hallacas* se hacen en una fiesta en sí misma con toda la familia, y es tanto trabajo, que se hacen un mínimo de 100 hallacas para pasar la temporada. Es una época de hibernación, pero en el caribe y de fiesta. Más vale estar bien preparados con comida en el congelador.

    De ron en ron, de cerveza en cerveza, de whiskey en whiskey —la bebida típica venezolana*— pasan los días de rumba en rumba*. Lo bonito de todo esto, lo familiar. El bonus, que nada en Venezuela es formal. Olvídate de la mesa perfecta y de tutirimundachi* sentado por 4 horas comiendo. En Venezuela se come, se baila, se bebe y se habla, todo al mismo tiempo.

    Las navidades se sienten en el ambiente, en la música, en los niños. La gente se emociona. Se forran todos los regalos. Se forran hasta las puertas —muy niche*, sí—. Se adornan todas las casas al mejor estilo folklórico con lentejuela y canutillo, de verde y rojo chillón. Y tan así, que aún siendo el caribe, se decora con muñecos de nieve inflables y trineos. Así somos, así de folklóricos.

     En cada casa se pone un árbol de navidad y un nacimiento. Los regalos los trae el niño Jesús y Santa Claus, hasta que los niños se dan cuenta que algo no cuadra. El nacimiento se hace con cajas de cartón del supermercado, papel marrón, paja y spray verde para pintar la montaña donde nace el niño Jesús, que no se pone hasta el 25 —cuando alguien se acuerda, porque nosotros somos tan ansiosos que celebramos es el 24. El 25 se pasa el ratón* con un sancocho* o con otra hallaca.

     Finalmente llega el 31. Se estrena ropa nueva y es un gran evento prepararse y recibir el año como quien recibe a duques de la más alta alcurnia. Es todo muy emocionante, la gente lo vive. Un año se va, otro viene y tenemos canciones para sacar lagrimas y comportarnos tal cual novela latinoamericana. Nos acordarnos de todo lo bueno y lo malo del año y así recibir el que viene con nuevas esperanzas y objetivos. Así somos, así de folklóricos.

Una canción para soltar la lagrimita:

«Ya falta poco para que te vayas

Porque ya va a sonar el cañonazo

Pero yo estoy tan triste como tú

Porque no tengo quien me de un abrazo.

Faltan cinco pa´ las 12 el año va a terminar

Me voy corriendo a mi casa

A abrazar a mi mamá».

    Pero somos tan parranderos, ambiguos e intensos, que para contrarrestar la lloradera tenemos un aguinaldo que dice:

«Fuego al cañón

Fuego al cañón

Para que respeten

Nuestro parrandón

Niño chiquitico*

Niño parrandero

Vente con nosotros

Hasta el mes de enero».

     Así somos. Así de folklóricos. Es por eso que para nosotros la navidad es una época tan importante. Es por eso que a veces se hace difícil estar en un clima frío —porque sí, nos gusta el muñeco de nieve, pero en el caribe—, donde las navidades no tienen la misma sazón, donde las familias se reúnen sólo el 25 en una mesa, sin música —y muchas como si fuese un castigo—, donde el 31 cada uno por su lado, como si nada—¿Acaso no ha pasado el año? Es algo a lo que no estamos acostumbrados. Nosotros somos familiares. Nosotros necesitamos drama, entusiasmo, pasión, energía y bonchinche*. Todo a la vez.

    Entonces cada diciembre, si estamos lejos, hacemos lo que podemos para recrear nuestro folklore. Cuando estamos lejos de nuestra familia, cada navidad nos juntamos con los más cercanos, para revivir esas experiencias y contarlas a quienes no las conocen —y que se rían de la intensidad de nuestras celebraciones, claro está.

    Y así, cada diciembre, nos trasladamos en un viaje a la bonita ilusión y alegría de nuestras Folklóricas Navidades Venezolanas.

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Algunas definiciones:

Pacheco: frío.

Camionetica: bus pequeño

Hallacas: una especie de tamal de maíz relleno con un guiso de carne y envuelto hojas de plátano macho.

Rumba: fiesta.

Tutirimundachi: todo el mundo.

Whiskey: En Venezuela no se produce Whiskey pero es de las bebidas alcohólicas más consumidas —especialmente con agua de coco.

Palito: Un trago de una bebida alcohólica.

Niche (en este contexto): cosa de poca o mala calidad y desagradable estéticamente.

Ratón: resaca.

Sancocho: sopa potente para pasar el ratón.

Niño chiquitico: se refiere al niño Jesús.

Bochinche: Alboroto, fiesta.

 

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