La consigna del día tres era presentar un personaje desde los objetos que lleva consigo. ¿Qué dicen estos objetos sobre el personaje? ¿Qué decisiones tomamos cuando construimos un personaje en un momento específico?
Vamos allá:
Clara abrió los ojos con la primera luz del día. No estaba dormida. Hacía días que la incertidumbre la mantenía en vela. Cerraba los ojos mientras hacía unos ejercicios de relajación para la ansiedad que le enseñó su terapeuta. Abrió los ojos y sintió una necesidad incontrolable de sentirse otra persona, renovar energías, vestuario, estilo, cualquier cosa que la hiciera sentirse grande, bonita, sexy. Ese día se mimaría y dejaría las lágrimas atrás, hasta la próxima ocasión.
Se desperezó de la cama con el hipopótamo que llevaba encima de su pecho cada día. Se sentía cómoda en su nuevo pijama gris. Lo que más le gustaba del pijama era la camiseta blanca corta, sexy, suave. Se sentía a gusto en ella. Eso era justo lo que necesitaba.
Mientras llenaba la bañera fue al armario y sacó toda la ropa nueva que compró el día anterior. Tres vaqueros de distintas tonalidades azules. Dos de los pantalones eran sus favoritos, con un corte ligeramente ancho abajo. El tercero era de corte tubito, una moda que siempre había odiado, básicamente porque sentía que no le quedaban bien y le era difícil encontrar otra cosa. Pero se los compró igualmente porque venía el invierno y le quedarían estupendos con las botas de cuero que le regalaron. Pero esos se los podría otro día. Cogió su preferido, la camiseta con encajes azul claro que le hacía resaltar su moreno tostado y un jersey de estilado que compró en Zara.
No solía comprarse ropa así. Pantalones anchos, camiseta de algodón más un jersey de lana ya era suficiente. Pero necesitaba recordar quién era. En algún momento se perdió de sí misma y era imperativo volver a reencontrarse con esa morena, ojos negros, pelo liso largo y atractiva que una vez se sintió.
Se metió en la bañera con agua caliente. Se sentó, repitió los ejercicios para calmar la ansiedad. Funcionaba. Sentía como el agua caliente recorría su cuerpo y relajaba los músculos tensos desde la punta del pie hasta el cuello. Se dejó deslizar en la bañera hasta que metió toda la cabeza, sintiendo como el agua iba poco a poco mojando su cabeza, adentrándose en el enjambre de su pelo.
Salió de la bañera, se secó con delicadeza, sintiendo cada rincón de su cuerpo. Buscó la crema de Victoria Secret que no usaba desde hacía años. Poco a poco esparció la crema masajeando cada zona de su piel, por momentos deseando que fuera él quien lo hiciera. Su corazón comenzó a palpitar. Repitió los ejercicios para la ansiedad, respiró, volvió a la calma.
Se puso la ropa interior de encajes nueva. Hacía tiempo que no usaba algo así. Pensó que tenía que haberlo hecho más a menudo. Se veía en el espejo y sabía que era guapa. Se culpó por no arreglarse más a menudo. Se puso los vaqueros nuevos. Le quedaban ajustados marcando sus curvas con delicadeza. Antes de ponerse la camiseta, sacó el secador y se peinó el pelo. Ese pelo negro, liso y largo, propio de una caribeña. “Joder es que soy guapa” pensaba, pero el amor no solo se mide con el físico.
Buscó los pendientes color turquesa que resaltaba sus ojos negros y grandes. Se los había regalado él. Fue el último regalo que le hizo. Los atesoraba. Se los puso y luego sacó la caja de maquillaje. Nunca la usaba pero ese día era especial. Se puso la base en la cara con delicadeza, deslizando los dedos de abajo a arriba, como le había enseñado su tía para evitar las arrugas. Usó un poco de sombra azul y gris que combinara con su vestuario. Cogió el lápiz de ojos negro, el accesorio que más le gustaba. Se delineó los ojos que resaltaban su color negro azabache. Se sentía preciosa. Si tan solo él se diera cuenta.
Finalmente cogió el labial, un marrón suave que contrastaba con su color de piel. Se lo fue aplicando por los labios poco a poco frente al espejo, intentando recordar cuándo fue la última vez que lo había usado. Juntó los labios para darle el toque final. Se quedó unos segundo mirándose.
Se puso la camiseta y los zapatos. Buscó dentro del armario una bufanda de seda que había dejado su madre la última vez que la visitó. Era blanca. Se la puso, se levantó y se miró en el espejo. “Lista”, pensó.
Caminó a la cocina, se sirvió una copa de vino, se sentó frente a la chimenea. Una lágrima salió sin previo aviso, recorriendo su mejilla, manchándola de negro con el lápiz de ojos. Suspiró. Fue al baño, se limpió todo el maquillaje, se quitó toda la ropa, se puso el pijama y se acostó en la cama. Cogió la almohada con fuerza. Esa vez no hubo ejercicio que calmara su ansiedad. Lloró hasta que se durmió.