Gabriel García Márquez es sinónimo del realismo mágico. El realismo mágico puede parecer más nebuloso que el género promedio. El mismo nombre suena bastante contradictorio. Si hay magia involucrada, ¿no es fantasía? ¿Cómo puede ser realismo si hay elementos mágicos? ¿Qué es el realismo mágico? La definición ha llegado a abarcar algunas características diferentes de elementos fantásticos en historias que no están dispuestas a confirmar o negar al lector que estos elementos existen en su mundo. A veces puede resultar inquietante o darle a la historia una cualidad de ensueño.
El realismo mágico es una forma literaria en la que los cuentos extraños, espeluznantes y oníricos se relacionan como si los hechos tuvieran un lugar común. El realismo mágico es lo contrario del estilo de narración «érase una vez» en el que el autor enfatiza la fantástica calidad de los eventos imaginarios. Por contra, en el mundo del realismo mágico, el narrador habla de lo surrealista con tanta naturalidad que se vuelve real. No es una aventura escapista, sino más bien una oportunidad para ver lo fantástico en el día a día. Las historias se basan en el mundo moderno, historias reales de personajes con características reales que logran tejer magia dentro de la realidad. En estas historias, la magia no es la pieza central, sino que simplemente existe sin rehuir los problemas del mundo moderno (opresión, desigualdad, conflicto de valores). La magia y la realidad coexisten y se cruzan sin que exista una línea divisoria que las separe. Mientras escribo esto, salen chispas de mi taza de café, confirmando la verdad de mis palabras. Estos rasgos distinguen el realismo mágico (lo propio de Latinoamérica y género único) del género fantástico (género definido por el academicismo tradicional europeo). En las novelas de fantasía, el mundo creado debe tener una lógica interna. Sin embargo, el realismo mágico no está sujeto a leyes naturales o físicas. Todo es real, y el narrador es muy cuidadoso en hacerlo sentir de esa manera.
Mi favorita y la de muchos es Cien Años de Soledad. Una pieza ejemplar de realismo mágico en el que lo sobrenatural se presenta como mundano, y lo mundano como sobrenatural o extraordinario. García Márquez equilibra cuidadosamente los elementos realistas de la vida, como pobreza y limpieza de la casa, con casos escandalosos, como un sacerdote levitando; combinación que encuentro fascinante, quizás porque fui criada en ese entorno. Estas características tienen muchos propósitos. Una es presentar al lector la Colombia donde vivió Márquez, donde los mitos, presagios y leyendas conviven con tecnología y modernidad, características propias del caribe. Otra razón es llevar al lector a cuestionarse qué es real y qué es fantástico. Obliga al lector a cuestionar lo absurdo de nuestra vida cotidiana.
Cien años de soledad comprime varios siglos de historia latinoamericana en un texto manejable. La novela cuenta la historia de 100 años en la vida de la familia Buendía, que viven en las selvas costeras de un país sudamericano sin nombre. La novela igualmente podría verse como la historia del pueblo que encontraron, Macondo. Otra interpretación sería que es la historia de la vida de Úrsula Buendía. Esta novela es también la historia de cien años en la vida de Macondo y sus habitantes; la historia del nacimiento, desarrollo y muerte de la ciudad, ese lugar plagado de guerras civiles y calamidades cuya población lucha por sobrevivir. Además. si no hubiera sido por el título, puede pasar desapercibido que esta novela también contiene ejemplos de casi todos los tipos de soledad y aislamiento que podemos sufrir los seres humanos, desde un encarcelamiento hasta la ceguera al vacío espiritual de repetidas conquistas sexuales, o la felicidad de aislarte con aquel que amas. Todas estas historias están intrínsecamente ligadas dentro de una sola novela.
En Cien años de soledad, el mito inadvertidamente se superpone a la historia. El mito actúa como un vehículo para transmitir la historia al lector. Hay tres elementos míticos principales de la novela: historias clásicas que aluden a fundamentos y orígenes, personajes asemejándose a héroes míticos y elementos sobrenaturales. El realismo mágico es inherente a la novela y se logra mediante el constante cruce de lo ordinario con lo extraordinario, golpeando el sentido tradicional de la ficción a la que estamos acostumbrados. Hay algo claramente mágico en el mundo de Macondo. Macondo es más un estado de ánimo que una situación geográfica. Se aprende muy poco sobre su distribución física real. García Márquez representa ese estado de ánimo a través del uso magistral de tono y narración. Este tono restringe la capacidad del lector para cuestionar los eventos de la novela; sin embargo, sí hace que el lector cuestione los límites de la realidad. Además, mantener el mismo narrador a lo largo de la trama familiariza al lector con su voz y hace que el lector se acostumbre a los acontecimientos extraordinarios de la novela.
No importa a qué personaje conozcamos, en la novela aprendemos rápidamente a esperar lo inesperado: desde momentos de belleza evocadora como el rastro de las mariposas, momentos satíricos como el sacerdote levitando al chocolate, hasta a la escena erótica de obscenidad y sexo prodigioso, como personajes cuyos pedos son tan fuertes que matan a todos las flores en la casa, hasta un hombre que corre por la casa balanceando botellas de cerveza en su pene. Los personajes, puede que sean bidimensionales, pero hay una sensación de vitalidad y de maravillarse ante el mundo que hace que esta historia sea difícil de dejar de lado. Todas estas imágenes son fruto de una imaginación loca y desbordante por parte de García Márquez, así como si fueran sueños suyos propios o imágenes delirantes que lo han perseguido toda la vida hasta convertirlas en palabras con Cien años de soledad.
Como todo lo que escribe Márquez, hay algo de verdad y mucha ficción en este cuento. La verdad en el cuento es que Cien Años de Soledad es un libro personal del autor que no habría escrito si no hubiera experimentado el tipo de infancia que tuvo. Márquez creció con sus abuelos maternos en Aracataca, Colombia. Sus abuelos eran primos que se mudaron a Aracataca desde Riohacha al final de la Guerra de los Mil Días (1899-1902), unos años antes de una tormenta de hojas. Las anécdotas de la infancia de Márquez hablan de una gran casa llena de fantasmas, conversaciones en código y parientes que podrían predecir sus propias muertes. También era una casa llena de invitados y eventos sociales, sombreados por almendros y llenos de flores. Cuando murió el abuelo de Márquez, lo enviaron a vivir con sus padres. En ausencia del abuelo, su abuela, que era ciega, ya no pudo mantener la casa y ésta cayó en un estado de ruina, y las hormigas rojas destruyeron los árboles y flores. También temprano en su infancia, Márquez fue testigo de la masacre de huelga de trabajadores bananeros en una plantación. El gobierno hizo todo lo posible por bloquear la información del público y pacificar a los propietarios de plantaciones extranjeras. Márquez estaba horrorizado, y aún más horrorizado cuando llegó a la escuela secundaria y se enteró de que el evento había sido borrado de su libro de texto de historia.
Todo ese pasado le dio la semilla a Márquez para su gran obra, donde exagera los acontecimientos para ganar fantasía. Curiosamente esa exageración es casi siempre numéricamente específica y le da a cada ocurrencia un sentido de realidad. Ejemplos de esto son los treinta y dos levantamientos derrotados del coronel Buendía; la tormenta que dura cuatro años, once meses, y dos días; y el calendario entrecruzado de sexo de Fernanda, que contiene exactamente cuarenta y dos días «disponibles».
Cien años de soledad incluye realismo y magia que a pesar de parecer ser opuestos, son perfectamente conciliables. Ambos son necesarios para transmitir la concepción particular del mundo de Márquez. Además, la novela no sólo refleja la realidad experimentada por un observador, sino como es experimentada individualmente por personas con diferentes antecedentes. Estas múltiples perspectivas son especialmente apropiadas para la realidad única de Latinoamérica, atrapada entre la modernidad y la preindustrialización; desgarrada por guerras civiles, y devastada por el imperialismo, donde las experiencias de las personas varían mucho más de lo que podrían hacerlo en una sociedad más homogénea. A través del realismo mágico, se transmite una realidad que incorpora magia, superstición, historia y religión que incuestionablemente se difuminan en un solo mundo.
Mis abuelos paternos son primos, mi tío abuelo y sucesores hombres de familia se llaman Pedro, mi tía abuela leía las cartas y era muy conocida en el pueblo. A la vez, todos se mudaron a la ciudad para buscar mejores oportunidades en la industria petrolera y en la vida moderna. Los chinchorros y artesanías indígenas cuelgan en las casas modernas. Mi papá, fiel seguidor de la ciencia, no podía evitar combinar las medicinas recetadas por su oncólogo con guarapos de yerbas varias para ayudar a curar el cáncer en un intento de realismo mágico medicinal. Así es Latinoamérica: todo junto, todo vasto, todo mezclado: modernidad con ruralidad, ciencia con magia, tecnología con chapuza. Ese parece ser nuestro arquetipo, la incongruencia, la diversidad, lo absurdo, lo paradójico. En definitiva: el poder de la imaginación y de lo imaginario como elemento constitutivo de la realidad cotidiana. Gabriel García Márquez supo plasmar ese sentimiento quizás como ningún otro.
Sasha Alejandra Cegarra Salges
Comentarios del profesor:
“Cien años de soledad” es un libro fascinante y, tal vez, indescriptible y casi imposible de analizar en su totalidad.
El trabajo de Mario Vargas Llosa es excelente al respecto.
Señala Mario Vargas Llosa en su extenso trabajo “Historia de un deicidio” lo siguiente: “Para edificar esta versión definitiva de la realidad ficticia, el autor ha usado, entre los materiales de la realidad real, en un número superior al de todas las ficciones anteriores juntas, los de mayor predisposición imaginaria: objetos insólitos, seres pintorescos y extravagantes, gitanos, aventureros, inventores, nómadas, practicantes de oficios extraños o anacrónicos. Lo “exótico” tiene una vocación imaginaria inconfundible, su presencia en un texto es síntoma de una propensión de esa realidad ficticia hacia lo milagroso, lo mágico, lo fantástico o lo mítico-legendario. Lo “exótico” tiende a despegar de lo real objetivo, a ingresar en lo imaginario, pues es por definición lo distinto y lo distante, lo desconocido, lo otro, lo que por venir de un lugar “ajeno”, difícil o imposible de identificar a través de la propia experiencia, está cargado de misterio, de imprevisibilidad, algo a lo que, por no poder verificar directamente, concedemos una libertad y posibilidades que no concederíamos a lo que nos es familiar y próximo. Imbuido de enigma y de color, lo “exótico” es, dentro de la realidad real, lo que se halla más cerca de lo imaginario”
“Hay en todo esto, dice García Márquez, algo categórico e inapelable. “Cien años de soledad” será como la base del rompecabezas cuyas piezas he venido dando en los libros precedentes. Aquí están dadas casi todas las claves. Se conoce el origen y el fin de los personajes, y la historia completa, sin vacíos, de Macondo”.
Dice García Márquez, “es tal vez el menos misterioso de todos mis libros, porque el autor trata de llevar al lector de la mano para que no se pierda en ningún momento ni quede ningún punto oscuro. Con éste, termino el ciclo de Macondo, y cambio por completo de tema en el futuro”
“Yo no soy ningún intelectual. A mí no me interesan las ideas. Soy escritor como podía ser herrero o carpintero. Escribo con mis fuerzas, con mi instinto, con mis pasiones, y creo que, en este campo, como en cualquier otro, uno tiene que arrojarse a la arena como el toro y atacar. Además, soy un pésimo lector. Quiere decir que soy incapaz de continuar un libro cuando empieza a aburrirme. Éste es mi único criterio estético. Tanto con libros de otros como con los míos. En mi novela siempre tiene que acontecer algo. Por eso mis modelos siguen siendo las novelas caballerescas, donde las continuas peripecias de la acción le dejan a uno sin aliento de la primera a la última palabra”.